12.6.07

CARLITOS Y CAPIROTES

Cuando era pequeño, Carlitos soñaba con la semana santa. Su madre le vestía con una túnica larga hasta los pies y él salía a la calle mirando hacia abajo, para ver el efecto de la tela sobre su cuerpo. Aquello le encantaba. Con su vela en la mano, veía pasar entre las filas a su ídolo: el Nazareno mandón. Tenía el capirote más grande de todos, sus pasos eran firmes y rápidos, y curiosamente, siempre era el más alto del pueblo. Pero lo que más le gustaba de él era su capa. En su mente infantil ese nazareno veloz se transformaba en una gran mariposa negra que dejaba volar sus alas anchas tras de sí. A través de los agujeritos del capirote de Carlitos, se podía apreciar el brillo de la envidida...
Desde esos años, Carlitos, siempre asoció religión con falda, sacramentos con feminidad, Dios con mariconeo. Miraba la sinuosa curva del cuerpo de Cristo en la cruz y pensaba en ser como él, con esos abdominales y ese trapito cubriendo su sexo..
Carlitos pasaba las horas en la iglesia y mientras observaba los movimientos de faldas de los monaguillos, soñaba con ser uno de ellos. Al cumplir 9 años, el niño cogió un puñado de tierra en su puño y tomó una decisión: si esta sociedad cruel sólo permitía llevar falda a los curas y a los escoceses, él se haría cura ( las faldas tableadas siempre le parecieron una ordinariez).
Se pasó la adolescencia siendo un estudiante ejemplar, bajo la mirada amorosa de sus padres, que siempre vieron en él al hijo perfecto. Cuando ingresó en el seminario estaba absolutamente convencido de hacer lo correcto. Tanta seriedad demostraba en las clases, que pronto se comentaría en los pasillos que Carlitos llegaría a Cardenal, si no a Papa. Estos comentarios llegaban a los oidos de Carlitos, que se imaginaba cual pájaro espino, paseando por los magníficos patios del Vaticano, con túnicas de los mejores diseñadores, gorros de lo más chic y abrigos de corte impecable. Él, pensaba, sería un Papa joven y atractivo, y el Vaticano el sumum del glamour.
Su vida estudiantil transcurría tranquila entre estos pensamientos, hasta que conoció al Padre Daniel. Nada le impresinó tanto como su voz. El Padre Daniel tenía un aspecto rudo, siempre tenía barba incipiente y la testosterona parecía querer salir por cada poro de su piel. Carlitos estaba sumergido en su futuro proyecto de ser Papa tan ciegamente, que no reparó en él hasta que oyó su voz a través de la celosía del confesionario...

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